Discos
   
Christian Basso
Pequeña Orquesta Reincidentes
Sergio Pángaro & Baccarat
Massacre
Íntima
Los Natas
Rachel's
Refree
David Sylvian
The Beatles
Christian Basso. Las peligrosas aguas del eclecticismo.
Christian Basso
La Pentalpha
(Los Años Luz, 2003)

Cuando allá por septiembre de 2000 el efímero sello discográfico Buena Beat hizo su presentación en sociedad, traía bajo el brazo cuatro artistas con sus respectivos discos. Tres de ellos (Loch Ness, Virtual y TV Lounge), con olvidables y olvidados trabajos. El cuarto, Christian Basso con su Profanía, una verdadera y agradable sorpresa. Una gema hoy seguramente difícil de encontrar ya que Buena Beat hace tiempo que dejó de existir.
Basso, socio mayoritario, creativamente hablando, de la primera Portuaria, -banda que fundó con Diego Frenkel y Sebastián Schachtel-, ya había dado muestras entonces de su inclinación hacia la fusión de ritmos y melodías de distintos orígenes.
En ejercicio de esa pasión por el eclecticismo, ya en su primer trabajo en solitario, adhirió a una estética que, seguramente, habría descubierto en alguno de sus viajes por el exterior. Estética originada en Denver, Colorado hacia 1988 con la saga encabezada por los legendarios The Denver Gentlemen -banda que con un sólo disco, tardíamente editado, había dado origen a un mito y a una genealogía de bandas de culto encabezadas por 16 Horsepower y Slim Cessna's Auto Club (y sus múltiples ramificaciones: Jay Munly, Woven Hand, Lilium, Tarantella, etc.). Todos ellos sintetizadores de un rock del cual participan: country, folklore europeo, música de cabaret y spaghetti westerns soundtracks, entre otras fuentes de inspiración. Basso sumó a todo esto un ingrediente personal: melodías de sus ancestros italianos, una pizca de Nino Rota y la inclusión en algunos temas de la voz de una soprano: Eva Faludi. Así lograba un estilo propio y una estética de contundente unidad y coherencia.
La otra "conexión Denver" la aportó su colaboradora para ese entonces, Kelli Ann Cahoone (hoy Kal Cahoone) -natural de... Denver, Colorado- quien participó en la autoría e interpretación de algunos de los temas. Cahoone hoy lidera en su ciudad una banda llamada Tarantella (se recomienda visitar el sitio www.taran-tella.com, donde hay un interesante disco completo en mp3 para descargar gratuitamente) que sigue fielmente la estética de aquel trabajo junto a Basso.
Pasaron más de tres años hasta que el esperado regreso discográfico de Basso llegase. Luego de presentar Profanía para pequeñas audiencias durante los comienzos de 2001 y de pasar una larga temporada en España -donde alguna vez barajó la posibilidad de radicarse- volvió a componer y a encontrar un sello discográfico independiente dispuesto a editarlo. Así nació La Pentalpha, una nueva colección de canciones que continúan la búsqueda estética de Profanía pero sumando algunos ingredientes y restando otros. Y ninguna de estas dos cosas termina de sentarle del todo bien.
La resta viene por el lado de un alejamiento del rock. En Profanía, a pesar de la diversidad, el rock estaba presente en esencia y estructura. En La Pentalpha no aparece y sí lo hacen nuevos y obvios "referentes" casi sin procesar. Así, Piemonte es un tema evocativo con algo más que reminiscencias del Floyd de Atom Heart Mother; el Farewell Improptu podría ser un pasaje de Nyman para alguna película de Greenaway y Il circolo un original de Nino Rota... El eclecticismo se transforma acá en el objetivo y ya no en la esencia.
La casi omnipresencia de Eva Faludi tampoco parece ser una buena elección. Lo que en Profanía era un acierto, un toque de color, en la voz de la soprano, en La Pentalpha agobia. El mejor momento lo tiene Kal Cahoone, en su única intervención, con Melons -tema cuya letra le pertenece- una canción melancólica a la medida de su eficaz y seductora voz.
La Pentalpha sin dejar de ser un disco interesante es un toque de atención para la carrera de Basso. Una muestra del peligro que entraña navegar en la diversidad sin rumbo.

Claudio Angelotti
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Pequeña Orquesta Reincidentes
Miguita de pan
(Mon Musique, 2003)
Me pregunto si Miguita de pan, el último trabajo de POR, es una apuesta por pulir una estética ya de por sí sólida, urbana, porteña y melancólica, o simplemente un paso más en una innecesaria búsqueda por…¿¿¿¿encajar en algún tipo de mainstream???? Asumo el doloroso riesgo que, como admirador de los Reincidentes, me lleva por momentos a pensar lo segundo. Pero -justifico- como por un camino plagado de baches, el disco no da espacio para dejar de hacerse esta pregunta una y otra vez.
Ni Siete Suelas ni Gallo rojo, gallo negro, los dos primeros cortes, por ejemplo, ni algunos de ritmo más rioplatense como El vaivén, logran la perfección intimista y trascendente de Liso, una balada vespertina, un fantasmal suburbano en la magnífica voz de Juan Pablo Fernández, nublada apenas por el serrucho de Rodrigo Guerra. Pulido perfecto. Y esa balada seguida de Turba, un Peter Murphy aporteñado pero auténtico -que indefectiblemente suena a Indigo Eyes, del mítico y mal recibido Love Hysteria, segunda producción solista del ex Bauhaus-, deja al corte anterior brillando como una perla de sangre entre migas de pan.
Miguita de pan, el quinto tema del álbum, podría haber quedado en la intro. Pero los POR apostaron por sumarle (sí, "sumarle") texto al ambiente puro que dibujan apenas con una guitarra suave, el contrabajo de Guerra, el piano siempre perfecto de Pesoa y una batería apenas acariciada. Este instrumental marca el clima del disco, pero se malogra en una lírica escasa y apocada, que no llega a la altura de otros textos del mismo Guerra. La que se encarna y se destroza en Yo, decimoprimer track del disco, es un buen ejemplo de la potencia lírica que se desperdicia en Miguita de pan. Desgarrado a partir de una primera estrofa genial, de las más sólidas de este trabajo, Yo construye un universo de desesperación y entrega: "Yo te daría mis huesos / para hacer ese fuego / que te abrase por mí". Pulido Reincidentes, y al viejo estilo.
Desvelo, o de De dónde mella más  llevan al disco de paseo por geografías quizás innecesarias. Desvelo, se puebla de un suburbio afrancesado con acordeones al uso de los que arregla Yann Tiersen con demasiada facilidad en L´Absente. La influencia es notoria, a pesar de que en los arreglos se intenta desdibujarla detrás del jugueteo del banjo y los vientos. De dónde mella más vuelve al estilo oscuro que define a las mejores canciones de POR, pero una vez más se doblega al momento de la composición lírica.
Si hay una canción completa, absoluta y brutal en Miguita de pan, esa es Tren blanco, posiblemente la apuesta más difícil del disco: una búsqueda que camina sobre las fronteras del arte y la realidad. Y acá es donde los Reincidentes muestran toda su valía, su calidad superlativa de compositores y músicos. No es fácil caminar por esa cornisa, filosa como una hoja de afeitar. Pero la melodía emocionante pero jamás trillada, simple, la letra ajustada y bella, y los arreglos exactos, hacen de Tren blanco, la mejor canción del disco, una de las pocas que delinea una síntesis superadora, el POR de los discos por venir.
Si la apuesta es encajar, entonces la influencia de un músico maldito, uno de los más malditos como el demencial Peter Murphy, no cuadra en la serie. Ni qué hablar de ese juego al límite, exitoso, soberbio, en el que se encaraman los POR cuando se suben a cartonear en su tren blanco. Prefiero creer, entonces, que Miguita de pan es una búsqueda accidentada y bella. Una búsqueda que por momentos hace pie sobre el terreno de lo conocido para explorar, con imperfecciones y destellos de dolor, en las sombras azules de la melancolía.
Pablo Calvi.
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Sergio Pángaro & Baccarat
En Castellano
(Popart, 2003)
Un largo y difícil camino es el que ha debido recorrer Sergio Pángaro para lograr cierta aceptación entre un público permeable a las modas, caprichoso, y en ocasiones inexplicable como lo es el del under local.
Pángaro nunca hizo ni hace ningún esfuerzo por mostrarse como parte de la modernidad. Es más: decididamente, lo que molesta a cierto sector de ese público es su anacronismo -es conocida su preferencia por el Tortoni antes que por cualquier reducto del insoportable Palermo Holywood-.
En este segundo disco de estudio (hubo un registro en vivo grabado en la confitería La Ideal), el trío vocal que forma junto a Adriana Vazquez y Vanesa Strauch apela, ya desde la tapa, a jugar con los símbolos patrios, las tradiciones argentinas, los "sodaditos desfilando" (en la ácida Mago Chan), para conformar un trabajo que escuchado con atención parece por pasajes una obra testimonial de protesta. Los problemas sociales también tienen su lugar en la -solo en apariencia- divertida y entradora Hippie en Constitución, la historia de alguien que vuelve de El Bolsón luego de muchos años, y se sorprende porque la policía está más preocupada por reprimir manifestantes desocupados que en perseguirlo por pelilargo.
A pesar de esto, la estética Baccarat sigue ahí como siempre (o más que nunca), en las historias de amor dolorosas -y glamorosas-, en la actitud de refugiarse en un vaso, en las elegantes noches de baile que relata este dandy que compone Sergio Pángaro, un personaje que interpreta de maravillas pero que en ningún momento -ahí lo honesto- intenta vendernos como real.
La placa incluye también covers de Just A Gigoló y Always On My Mind, así como una versión en plan drum'n'bass de Adiviná y el colorido videoclip de Taxi.
Los tres hermanos Clementino (Dante, Walter y Abel en piano, guitarra y bajo, respectivamente), más el pintoresco Marcelo Murzabal en batería, suenan ajustados, así como es perfecto el trabajo con los samplers, y ésta última es una de las marcas registradas de Baccarat.
Una de las ediciones nacionales destacables de este 2003, de una banda con la que es conveniente desprejuiciarse y escuchar con atención (la recomiendo sobre todo en vivo) y, por si falta agregar algo, liderada por el mejor vocalista nacional de unos años hacia acá.
Mario Bozeglav
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Massacre
12 Nuevas Patologías
(Laika, 2003)
“Sí, somos un grupo de culto, ¿y qué?”. Catupecu Machu, Cabezones, El Otro Yo, hasta Babasónicos: todos los rockers surgidos en los 90 parecen tener alguna clase de deuda con Massacre. Walas y los suyos forjaron una suerte de leyenda de la mano de su pasión por el skate, sus presentaciones combustibles y su amor por íconos de la cultura rock (Jerry García, Marianne Faithfull) que, lamentablemente, en nuestro país no tienen el reconocimiento que merecen. Figuras adoradas por un grupo selecto y de paladar fino. Como los Massacre.
El nuevo trabajo de la banda, 12 Nuevas Patologías, vuelve a explorar el costado temático que tan bien les queda a los muchachos. Las Obsesiones, Las Culpas y Las Fobias se desarrollan bajo una capa de guitarras punk progresivas (y psicodélicas), programaciones analógicas y el inconfundible registro vocal de Walas (sí, no se preocupen: el megáfono también está).
En una placa tan pareja, ensalzar un tema por sobre los demás es una injusticia. Pero en algo estaremos todos de acuerdo. 12… es un paso más para cimentar la leyenda de Massacre. El grupo de culto más famoso de toda la Argentina. Ese que todos dicen haber escuchado o visto en vivo, pero que jamás llegará a triunfar de manera masiva.
Pablo Strozza
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Íntima
Niño Bomba
(Hypnotic Loop Records, 2003)
Íntima es una banda que no para de tocar, girar y experimentar, y ese trabajo constante se ve reflejado en este, su primer trabajo editado oficialmente.
Soportan, eso sí, la pesada carga de ser muy rockeros para ser electrónicos y viceversa, lo cual es una mirada que solamente pueden plantear algunos ortodoxos de ambos géneros que olvidan que, al fin y al cabo, se trata de música.
Si bien Niño bomba contiene samplers de películas, declaraciones de políticos y personajes reconocidos, esto no influye realmente en el resultado musical: es un álbum que cualquier francés podrá bailar en una disco alemana, mientras es pinchado por un DJ catalán ante una audiencia multiétnica.
¿O acaso sabemos o nos importa, por ejemplo, de dónde vienen esos fragmentos vocales que aparecen en miles de tracks de producciones internacionales? La verdad es que nos llevaríamos más de una sorpresa desagradable.
Quizás por alguna cuestión de marketing, sin duda ajena a la banda, se ha dicho más de Íntima y su mensaje que de su talento musical -que lo tienen, y lo dejan en claro en cada presentación en vivo-. Lo confirman en este primer trabajo, sobrio, ajustado, sin estridencias, muy bailable; muy interesante además para escuchar detenidamente en tu casa no sólo antes de irte de juerga.
Uno de los mejores álbumes de un año realmente afortunado en cuanto a ediciones discográficas.
Fabián Jara
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Los Natas
Toba Trance
(?, 2003)
Todo un caso el de Los Natas. Un grupo stoner que se niega a ser clasificado dentro de esta tendencia, demasiado heavy y psicodélico para los punks, demasiado punk y psicodélico para los heavys y, al mismo tiempo, respetado por todos y mimado por la prensa. Mérito sin dudas del guitarrista y cantante Sergio Chotsourián, el bajista Gonzalo Villagra y el batero Walter Broide (uno de los mejores de la Argentina, que puede ser tranquilamente comparado con Bill Bruford y Christian Vander -Magma-), de sus muy buenos discos y de sus excepcionales shows (verlos en vivo es clave para entenderlos).
Toba Trance es un paso más para que a Los Natas se los considere un grupo inimitable. Consta de tres largas zapadas psicodélicas que incorporan charangos, bombos legüeros y otros instrumentos autóctonos (en ningún momento esto suena a capricho) y potencian el volado clima que logra el trío. Las referencias sonoras son las obvias en este caso (Arco Iris, Octubre, Mes de Cambios de Roque Narvaja, Huinca de Litto Nebbia) pero, sin saberlo, creo que el trío jamás escuchó ningún disco del “folklore rock” argentino de principios de los 70, lo que hace al resultado mucho más disfrutable.
El último tema pone las cosas en su lugar: una inspiradísima versión de Tormenta mental (Brain Storm) de los Hawkwind, que demuestra que, a la hora de rockear y crear climas, Los Natas son insuperables. No por nada Roberto Pettinato señaló que el grupo es el sucesor de Sumo, tocó con ellos en vivo y se considera “miembro itinerante” de la banda. Enhorabuena.
P.S.
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Rachel's
Systems/Layers
(Quarterstick, 2003)
Algunos dicen que lo de Rachel's se trata de post rock, mientras que para otros es avant chamber y creo haber escuchado por ahí alguna que otra denominación más aventurada todavía. Lo cierto es que todo eso poco importa a la hora de escuchar Systems/Layers, un trabajo que el trío de Kentucky compuso para una puesta teatral del Saratoga International Theater Institute de Nuew York.
Siendo el motor de la banda Rachel Grimes, una pianista con formación clásica y principal compositora, la música del grupo transita un camino donde se reconocen tanto ecos de Tortoise o Japancakes como de Michael Nyman o Philip Glass, gracias a la habitual inclusión de cuerdas -una constante en todos sus trabajos-.
Esta placa es especialmente reposada en comparación con sus cuatro predecesoras, ya que hasta Full On Night (2000), un trabajo en colaboración con Matmos, eran habituales algunas violentas irrupciones ruidistas o prolongados pasajes no precisamente tranquilos. En Systems/Layers esos pasajes han sido reemplazados por tomas de sonido ambiente en diferentes lugares (aeropuertos, parques de diversiones, con diálogos o parlamentos) asociados con el desarrollo de la acción de la pieza teatral. Los diecinueve tracks fluyen tan natural y coherentemente que sobre el final creemos haber escuchado sólo un largo tema de una hora de duración.
Esto no significa monotonía: en Water From The Same Source tenemos una fina interacción entre piano y cuerdas sobre batería, así como Even-Odd presenta una base de cellos enloquecidos sobre los que se deslizan violines disonantes. Hay ejercicios minimalistas (Arterial), alguno netamente percusivo que especula con resonancias (Reflective Surfaces) y, por supuesto, lo que podría ejemplificar el sonido típico de la banda en el emotivo And Keep Smiling.
Siendo recomendables cualquiera de los trabajos del trío, Systems/Layers es, aparte de un gran disco en sí mismo, una buena carta de presentación para quienes quieran conocer a Rachel´s sin sobresaltos para luego animarse con sus placas anteriores.
M. B.
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Refree
Nones
(Acuarela, 2003)
Raúl Fernández es un hombre multifacético -periodista, músico y agitador cultural- de Barcelona. Más exactamente de Lleida. Allí, donde la niebla siempre se queda.
En los tempranos 90 integró la banda Corn Flakes a la que escuché por accidente en alguno de aquellos CD's que venían con la Zona de Obras (¿volverán?).
Luego, le perdí el rastro hasta ubicarlo en el grupo Elena, una auténtica joya, que, además de dejar dos grandes discos, dejó también un magnífico EP llamado CCCP, con una soberbia canción como la que le daba el título.
Pero el señor Fernández tenía un as bajo la manga. Se trataba de Refree -un proyecto casi solitario- que ya lleva editados dos discos: Quitamiedos (Acuarela, 2002) y el que nos ocupa.
Decimos que Refree es prácticamente un proyecto solista, ya que Fernández se rodea de exquisitos amigos/colaboradores para enriquecer su trabajo. De todos saca lo mejor y con todos da forma a Refree, quizás su verdadero yo entre sus múltiples proyectos.
Como detalle de estas colaboraciones da gusto destacar la presencia de dos mujeres tremendas y dulces por igual. Pone su voz la natural de Gijón Irene Tremblay, de Aroah, y la carátula del disco es obra de la cantante francesa Francoiz Breut, que por lo visto además de ser una exquisita intérprete también demuestra ser una interesante artista plástica con la enigmática y bonita tapa que logra.
Fernández, además, rescata en Nones el idioma catalán -que aparece episódicamente a través de algunas de las canciones del disco- que, para sorpresa de quien escribe, es todavía resistido incluso en la misma Barcelona, dejando al margen del éxito a bandas que sólo cantan en esa lengua, como Aquitamxe.
Precisamente en ese idioma la palabra Nones alude al dormir o al sueño. Como en otro gran disco, de otro catalán, Albert Plá, llamado Nanas, de reciente aparición.
Más allá de esta somnolienta coincidencia barcelonesa, hay que decir que este trabajo de Refree, jamás nos conduce a la cama. Nos deja atentos, con ganas de más, desde la sombría luz de El reloj (nada que ver con el conocido bolero, claro) a la emotiva épica de El cuarto deseo.
Un gran disco para una trayectoria impecable. Nos faltaría, como siempre, apreciar estos artistas en un escenario para poder redondear íntegramente el placer de escucharlos.
F.J.
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David Sylvian
Blemish
(Samadhi Sound, 2003)
David Sylvian es un caso inusual - aunque no único - dentro de la música rock, alguien equiparable a lo que es Woody Allen para el cine. No se trata de "el tipo que trabajó con todos" sino del tipo con el cual todos parecen aceptar grabar. Remontándonos a 1984 y bajando nombres para conformar una incompleta lista de colaboradores de estudio, aparece gente como Holger Czukay - amigo personal, y con quien realizó trabajos firmados a dúo -, Percy Jones, Mark Isham, David Torn, Brian Gascoigne, Ryuichi Sakamoto, Robert Fripp - otro amigo -, Steve Nye, Danny Thompson, el exquisito jazzman Kenny Wheeler, Jon Hassell, Michael Brook, Mel Collins, B.J.Cole, y siguen las firmas. Para seguir sumando y llegado el momento de grabar Dead Bees On A Cake (1997) contó con Marc Ribot y el finísmo John Giblin sumados a los conocidos de siempre.
Por ser alguien que se toma sus largos tiempos para dar a conocer trabajos, Blemish es - más allá de vivos, alguna colaboración, bandas sonoras, música para instalaciones y cosas similares - su reciente primer trabajo de estudio desde Dead Bees..., y para no desaprovechar la ocasión no sólo estrenó sello discográfico propio (Samadhi), sino que convocó al legendario Derek Bailey para retorcer el disco más austero, íntimo y a la vez experimental de su carrera.
Tan breve como el inmenso Secrets From The Beehive (1987) - apenas cuarenta minutos - pero prescindiendo de su preciosismo, Blemish es indudablemente un álbum casero, que surge de improvisaciones y bocetos, un trabajo sensible y despojado donde, por otra parte, se escucha cantar a Sylvian como pocas veces, suelto e imponente. Es como si la peculiar característica de estas tomas le hubiese dado una libertad que antes no se permitía, sin rigidez.
Siendo lo anterior una impresión muy personal, lo innegable a oidos de cualquiera es la perfecta química entre Bailey - poco acostumbrado a los formatos tradicionales y no demasiado amigo de las partituras - y la fuerte presencia de la voz de Sylvian, vocalista que en cierto modo podría denominarse "formal". Uno trata de imaginar y hasta llega a percibir, en ocasiones, el trabajo de uno y otro: el guitarrista buscando dar una base adecuada pero sin perder nunca el vuelo, todavía poniendo la nota inesperada en el momento menos supuesto, y el vocalista tratando de desplegar su lírica sobre esas construcciones endiabladas. Ambos lo logran y - ahí el mérito - sin que se note esfuerzo de parte de ninguno, con naturalidad.
Blemish significa algo así como afear o mancillar; si ésa fué la intención de Sylvian debemos avisarle que no lo logró: nos entregó otra muestra de belleza a las que nos tiene acostumbrados.
M.B.
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The Beatles
Naked Let It Be
(EMI, 2003)
La historia detrás de este Naked..., que parece salido de la galera como un “casual regalo de fin de año”, cuenta que cuando The Beatles ya habían terminado de grabar lo que sería su canto de cisne, a Lennon se le ocurrió que la cinta debía pasar por las manos del productor americano Phil Spector. En ese momento John se encontraba enfrentado en una durísima pelea con su coequiper Paul McCartney y, mientras en Apple se decidían asuntos algo más importantes (si la banda seguía o no, por ejemplo), Lennon vio la oportunidad de clavarle otra banderilla en el lomo al autor de Yesterday. Y tal como era su personalidad, no dudó en hacerlo. De manera que, aún ante la clara protesta de Paul, las cintas le fueron enviadas a Spector. Este raro y oscuro personaje (que en estos días ha sido acusado por el asesinato de su propia secretaria) era bien conocido en los años 70 por lo que se dio en llamar “la pared sónica”. En términos de grabación, esto consistía en una cantidad de adornos de cuerdas, vientos y coros que Spector le adicionaba a todo lo que pasaba cerca de él. Y Let It Be corrió la misma suerte. La historia oficial relata que incluso costó bastante trabajo recuperar la cinta, porque el señor Spector se negaba a devolvérselas en término. Cuando The Beatles finalmente la recuperaron, Paul, George y Ringo se querían matar. Spector había puesto sus dedos en ella, y así el cuarteto de Liverpool oyó por primera vez uno de sus discos adornado con voces femeninas, además de la consiguiente masa orquestal.
Treinta y cuatro años más tarde llega Naked...Let It Be. Se trata de la grabación beatle original a la que se le sacó todo el trabajo de Phil Spector. O sea que lo que ahora se escucha es exactamente lo que los Fab Four grabaron en su momento, el peor de toda su carrera. El disco es una joya para coleccionistas (que de cualquier manera siempre tuvieron alguna copia pirata) pero el resto del público difícilmente lo hallará atractivo como para tenerlo a toda costa. Es cierto que el trabajo de remasterización es una verdadera obra de arte. Es cierto que las cuerdas y metales y coros desaparecieron. Es cierto que la versión de Let It Be es una toma alternativa muy estimulante. Es cierto que el pack incluye un segundo disco con discusiones de Los Beatles durante los ensayos (¿a quién le interesa esto?), es cierto que el booklet interno está muy completo. Pero ¿y el tufillo a robo para la corona quién se lo quita?. Para muchos fanas del cuarteto este es el disco menos interesante, porque se nota de muchas maneras que estuvo realizado en un momento pésimo (George Harrison llegó a renunciar a la banda en medio de la grabación, para irse a tocar con Dylan), cuando estaban peleados entre todos. Si te sobra algún billete y no hay nada mejor que comprar... Pero mejor se lo pedís a Papá Noel. Por aquello de que “a caballo regalado...”.
E.B.
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